viernes, 30 de junio de 2017

El término «posverdad» entrará este año en el diccionario de la RAE

  • El término posverdad aparecerá como neologismo —post-truth en inglés— en la versión en línea del Diccionario de la lengua española (DLE), prevista para diciembre de 2017


El director de la Real Academia Española (RAE), Darío Villanueva, ha anunciado la incorporación del vocablo y ha subrayado que post-truth ha encontrado una traducción impecable al español, pero sin guion en el medio, es decir, posverdad.

El término posverdad se referirá a aquella información o aseveración que no se basa en hechos objetivos, «sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público», ha detallado Villanueva, que ha explicado que, en las bases de datos de la RAE, la palabra ya aparece con registros de uso que se remontan a 2003.

El director de la RAE ha indicado que el concepto, aparecido «en el contexto de la globalización», es «interesante a la vez que preocupante» y ha recordado que tal ha sido su impacto que el diccionario de Oxford la ha distinguido como palabra del año de 2016.

En una conferencia ha recorrido algunos antecedentes históricos —políticos y literarios— de la «posmoderna o transmoderna posverdad» y ha recalcado el potencial de la retórica para «hacer locutivamente real lo imaginario, o simplemente lo falso», que entronca «directamente» con la sentencia de que «una mentira repetida mil veces se convierte en verdad».

Hoy en día, ha dicho, «se acepta que lo real no consiste en algo ontológicamente sólido y unívoco, sino, por el contrario, en una construcción de conciencia, tanto individual como colectiva» y ha aportado, como antecedente de los postulados del presidente Donald Trump, varios ejemplos correspondientes al mandato de Ronald Reagan.

El texto completo en Fundéu


lunes, 19 de junio de 2017

Capitalismo canalla

  • Dos ensayos publicados con años de diferencia nos ayudan a conocer el planeta económico en el que vivimos: Capitalismo canalla, de César Rendueles, y Algo va mal, de Tony Judt.


Juan Jorganes Díez
“El 1% más rico tiene tanto patrimonio como todo el resto del mundo junto”. “Veinte personas tienen en España tanto dinero como el 30% de la población”. “El 1% más rico acumula el 20% de la riqueza total de España”. Son titulares de El País, El Mundo y Cinco Días de los años 2015, 2016 y 2017.

En 2013 El País publicó una entrevista a Hans-Werner Sinn, presidente del “influyente y prestigioso” think tank alemán IFO (Information and Forschung), en la que defiende que España, Portugal y Grecia “necesitan una devaluación interna del 30%”. Aunque reconoce que “las devaluaciones internas pueden ser crueles”, el Gobierno español debería aprobar otra reforma laboral que “flexibilice los salarios a la baja” para salir del túnel en 2023. Lo que España necesita es eliminar el salario mínimo y “laminar” el Estado de bienestar. El periodista lo presenta como “controvertido, dogmático, con fama de riguroso”. También enumera a algunos “brillantes economistas” que no están de acuerdo con sus teorías.

Tres conclusiones que han de leerse como tres mandamientos: Una, la distribución tan desequilibrada de la riqueza no provoca que se cuestione el sistema económico que la propicia. Dos, las consecuencias crueles de una teoría no impiden que a su propagandista se le califique de “prestigioso” y “riguroso”. Tres, al existir teorías económicas varias y opuestas, la aplicación de cualquiera de ellas es una opción política e ideológica. Por lo tanto, se ha elegido e impuesto una opción (las teorías neoliberales), cuya aplicación ortodoxa perjudica a millones de personas (paro, precariedad laboral y pobreza) y beneficia al 1%, y no existen alternativas al capitalismo. Amén.

Dos ensayos publicados con años de diferencia nos ayudan a conocer el planeta económico en el que vivimos: Capitalismo canalla, de César Rendueles, y Algo va mal, de Tony Judt.


Algo va mal

El libro de Tony Judt (1948-2010) se publicó en España en 2011 (Taurus). Judt analiza la situación social y económica en Europa y EE UU nada más estallar la crisis de 2008 y las causas de la misma. Su muerte le impidió conocer las verdaderas dimensiones de lo que llamó “el pequeño crac de 2008” y la Gran Recesión que vendría después. Mantendría hoy su asombro por los malos resultados de los partidos socialdemócratas tras la crisis financiera: “han sido a todas luces incapaces de estar a la altura de las circunstancias”. Escribe un socialdemócrata convencido que nos recuerda los éxitos de la socialdemocracia.

En septiembre de 2008, con el estallido de la última crisis del capitalismo aún en los oídos, el presidente de Francia, Nicolas Sarcozy, proponía “refundar sobre bases éticas el capitalismo”. Proclamaba que “Le laissez faire, c'est fini”. Pretendía reunir, antes de que acabara 2008, a “los líderes mundiales” para un nuevo pacto que regulase la economía mundial. Volvía a ser legítimo que los poderes públicos intervinieran en el sistema financiero. Lo hicieron con el dinero de todos para beneficio, como se ha demostrado, de unos pocos. Judt advertía de que la vuelta a la economía keynesiana “no es más que una retirada táctica”. Una retirada táctica al keynesianismo, cabe deducir, para la estrategia de sostener los principios fundamentales del neoliberalismo y afianzarlo como pensamiento único.

En el capítulo “¿Qué hacer?”, Judt comienza con una “defensa de la disconformidad”. La economía ha quedado en manos de un reducido grupo de expertos. A los legos en la materia (la mayoría) que se atreven a oponerse a sus decisiones, se les dice, “como un sacerdote medieval podría haber aconsejado a su grey”, que no les incumbe: “La liturgia debe celebrarse en una lengua oscura, que solo sea accesible para los iniciados. Para todos los demás, basta la fe”.

Si a la mayoría se le hacer sentir que es incompetente para resolver los problemas y que todo está decidido porque no hay alternativa posible, se desentenderá de la gestión de los asuntos públicos. Pero las democracias “solo existen en virtud del compromiso de sus ciudadanos en la gestión de los asuntos públicos”. La disconformidad establece un diálogo, implica a todas las partes en el debate, elimina los efectos perversos del monólogo dominante.

Dos respuestas más a la pregunta de qué hacer: Una narración moral en la que trasciendan los actos que defendemos; y una narración moral para revertir el individualismo egoísta, para defender ideales colectivos, para “inculcar el sentido de un propósito común y dependencia mutua”, porque “siempre hemos sabido que la desigualdad no es solo preocupante desde el punto de vista moral: también es ineficaz”.

¿El Estado de bienestar ha muerto? ¿La socialdemocracia que puso en pie y mantuvo el Estado de bienestar también ha muerto por inútil? ¿Es más útil para la sociedad un sistema impulsado por el mercado, con un Estado mínimo? Depende, responde Judt, de “qué tipo de sociedad queremos y qué clase de acuerdos estamos dispuestos a tolerar para instaurarla”. Ni Judt ni Rendueles rehúyen la responsabilidad colectiva. La imposición de normas por el poder establecido es un hecho a lo largo de los siglos, sí. La falta de respuestas convincentes de la socialdemocracia y la asunción de parte de las teorías neoliberales anularon cualquier discurso alternativo, cierto. La socialdemocracia se convirtió en social liberalismo para diluirse en acciones ante la crisis que no se diferenciaban gran cosa de las más ortodoxas neoliberales, lamentablemente. Pero “no basta con identificar las deficiencias del sistema y lavarse las manos”. “Tenemos el deber –concluye Judt- de mirar críticamente a nuestro mundo. Si pensamos que algo está mal, debemos actuar en congruencia con ese conocimiento”.

Capitalismo canalla

El libro de César Rendueles se subtitula “Una historia personal del capitalismo a través de la literatura” (Seix Barral, 2015). El autor utiliza libros leídos y anécdotas personales para ejemplificar lo que nos quiere explicar. Como el autor evita cualquier jerga de las disciplinas con las que trabaja (economía y sociología, principalmente), sus 232 páginas se leen con facilidad de un tirón. Lo mismo ocurre con las 220 del libro de Judt.

Empecemos por el final. Para Rendueles “la economía ortodoxa y la política hegemónica son muertos vivientes que se siguen moviendo causando toda clase de sufrimientos”. La buena noticia es que “por primera vez en décadas intuimos la existencia de una salida de emergencia, escarpada y en parte cegada, hacia la democracia radical”.

En los siete capítulos del libro nos ha explicado que las reglas de este juego del capital han sido impuestas y no siempre fueron las mismas. En cualquier caso, las élites dominantes –las que imponen esas reglas- las han defendido como si fueran verdades absolutas, establecidas para permanecer por los siglos de los siglos, ya se tratara del esclavismo en su momento o de las ruletas y tragaperras financieras que sustentan la economía actual.

Pero de la ortodoxia fundamentalista surgieron las grandes crisis capitalistas. Sin ir muy lejos en el tiempo, encontramos ejemplos de esas crisis y de sus terribles consecuencias en la primera mitad del siglo XX: totalitarismos y dos guerras mundiales.

Bajo la ortodoxia neoliberal acabó el siglo pasado y comenzó el actual: “Hemos entregado el control de nuestras vidas a fanáticos del libre mercado con una visión delirante de la realidad social, que nos dicen que nada es posible salvo el mayor enriquecimiento de los más ricos”. Las consecuencias de la crisis actual y las soluciones impuestas ya se adelantaron en los primeros párrafos: una minoría acumula patrimonio y riqueza y una mayoría ha de ser “devaluada” vía salarios y ha de perder los beneficios en educación, sanidad o pensiones, que le llegaban por el proyecto de Estado de bienestar iniciado en Europa tras la Segunda Guerra mundial.

Rendueles dedica el capítulo seis a “entender algunos callejones sin salida del proyecto del Estado de bienestar”. Por un lado, se pretendía civilizar el capitalismo salvaje que había traído tanta destrucción y muerte y, por otro, ofrecer una alternativa amable al antagonista que tanta fuerza había adquirido: el comunismo. Esta paz social entre la burguesía y las clases trabajadoras supuso que una mayoría adquiriera un bienestar que jamás había conocido a cambio de renunciar a la “tradición revolucionaria” y de “una aceptación de la vida dañada por el consumo y el trabajo asalariado”. Cuando esa mayoría rozó los límites económicos, sociales y organizativos del Estado de bienestar, el neoliberalismo le presentó una oferta que no estaba dispuesta a rechazar: el capitalismo popular o cualquiera puede hacerse rico.

Vivir como los ricos es el nuevo ideal para millones de personas de la clase trabajadora: “El consumismo borró de la memoria colectiva las consecuencias que había tenido el capitalismo desbocado, la miseria y las decenas de millones de muertos que dejó a su paso”. Se impone un discurso individualista,  que rechaza el igualitarismo y reniega de él. El libre mercado se convierte en el único regidor del mundo, incompatible con un Estado que regule, intervenga, recaude impuestos, redistribuya,  equilibre desigualdades y acote sectores tan importantes como la sanidad o la educación. 

El capitalismo de los malos procederes había regresado invocado por los brujos y santones del neoliberalismo. Como la historia nos ha demostrado una y otra vez, el desastre estaba anunciado. Pasada la conmoción inicial, las soluciones las dictan los mismos ideólogos que lo provocaron, entre la ruindad de culpabilizar a la mayoría empobrecida, porque había vivido por encima de sus posibilidades, y la avaricia que ha permitido al 1% vivir en sus lujosas posibilidades.  Los malos procederes, la ruindad y la avaricia definen al canalla. 

sábado, 17 de junio de 2017

Literatura homosexual

Luisgé Martín
Luisgé Martín
[...] Tal vez pueda decirse, con una taxonomía simple, que la literatura homosexual tiene tres grandes caligrafías, aunque sus trazos a menudo se confundan. La primera de ellas es la del conflicto, la del dolor, la de la sentimentalidad extrañada. Con esa caligrafía escribió Patricia Highsmith, quien construyó uno de los personajes más tortuosos y ambiguos de la literatura del siglo XX, Tom Ripley. Su novela Carol, sin embargo, publicada originalmente con seudónimo por sus amores lésbicos, es una de las primeras historias homosexuales de final feliz.

También desde el conflicto de la identidad escribe el estadounidense Tennessee Williams, cuyos dramas arrancan siempre de profundos desgarros. O su compatriota James Baldwin —desaparecido de los catálogos editoriales españoles—, que enfrenta la doble discriminación racial y sexual. O Luis Cernuda, cuyos poemas no dejan de bordear las contradicciones de la realidad y el deseo. O Carson McCullers, que en Reflejos en un ojo dorado explora el laberinto incontrolable de la pulsión sexual. O, más recientemente, David Leavitt, quien popularizó la literatura de tema gay a finales de los ochenta con El lenguaje perdido de las grúas.

La segunda caligrafía es la del dandismo y la exaltación: la homosexualidad como celebración de la vida, o al menos como confirmación de ella. El argentino Manuel Puig —tan olvidado hoy en España—, Anaïs Nin, Jaime Gil de Biedma —más en sus diarios que en su poesía—, Pier Paolo Pasolini, Terenci Moix, Luis Antonio de Villena o Eduardo Mendicutti hurgan en el cuerpo, en el goce, en la sensualidad y en la alegría del homoerotismo. Las memorias de Reinaldo Arenas, Antes que anochezca, un libro belicoso políticamente y a veces desolador por su crudeza, representa, a pesar de todos sus pesares, una algarabía de felicidad homosexual.

La tercera y última caligrafía es la de la transgresión, en sus múltiples formas: la homosexualidad como arma de combate, como modelo de ruptura con la sociedad biempensante y ortodoxa. Genet, Burroughs o Copi son tres de los autores que escribieron con cuchillos desnudos y que escandalizaron a sus contemporáneos. En esta estirpe podemos contar también a Guillaume Dustan, quien en 1996 publicó En mi cuarto, un libro supuestamente autobiográfico que relata sin encubrimiento la promiscuidad y los excesos de un cierto tipo de vida gay; y al colombiano Fernando Vallejo, cuyos libros son deliberadas bombas narrativas.

Si esta clasificación es, como todas, quebradiza, bastará mencionar cuatro novelas sobresalientes de los últimos años, escritas en español, para comprobar que la literatura gay —o de tema gay— va por fortuna mezclando sus caligrafías y atreviéndose con descaro a decir sus muchos nombres. En El invitado amargo, Vicente Molina Foix y Luis Cremades hurgan en la memoria del amor y de sus males. En Jardín, Pablo Simonetti remueve los conflictos familiares en los que la homosexualidad a veces se enreda. En París-Austerlitz, Rafael Chirbes identifica los mestizajes de la identidad y sus abismos. Y en Un mundo huérfano, su primera novela, el colombiano Giuseppe Caputo se acerca sin complejos al descubrimiento de la exuberancia erótica.

En esa interminable y académica discusión sobre si existe o no existe la literatura homosexual, cabe insistir en que hablamos siempre de autores de una solidez artística que supera cualquier cliché extraliterario: André Gide, Djuna Barnes, Allen Ginsberg, Yukio Mishima, Gertrude Stein, Elizabeth Bishop, Gabriela Mistral o Juan Goytisolo exploran, antes que nada, el alma humana. El amor, la intolerancia, la soledad, la vejez y la omnipresencia de la muerte. No es importante su vida de alcoba, sino su mirada literaria. Los ojos con los que escribieron el mundo que veían.

El texto completo en Babelia

Película basada en la novela que Patricia Highsmith
tuvo que publicar en 1951 con pseudónimo por su contenido
lésbico

domingo, 11 de junio de 2017

¿Se puede asesinar a un animal?

Cecil, el león más famoso de Zimbabue
¿Se puede asesinar a un animal?

Diccionario en mano, no; igual que tampoco diríamos que el autor de la muerte del león Cecil cometió un homicidio; y del mismo modo que nadie contaría que “el fumigador asesinó a todas las cucarachas”.

Sin embargo, ciertos animales dignos de protección o de aprecio despiertan en las personas una empatía que justifica la metáfora del asesinato. Quien acuda a ella estará usando legítimamente los recursos del idioma y las figuras del lenguaje que consisten en partir del sentido recto de un término para proyectarlo sobre una imagen que el receptor identificará por asociación (que no equiparación) con el original.

En definitiva, el verbo “asesinar” y el sustantivo “asesinos” personifican a las víctimas animales, nos las acercan psicológicamente al presentarlas como seres vivos igual que nosotros.

Ahora bien, ese uso será válido hoy en día cuando quien hable o escriba esté expresando una visión subjetiva de lo ocurrido. El hablante o escribiente que experimenta esa repulsión ante el sufrimiento ajeno (incluido el de un animal) está en su derecho de transmitir sus emociones con esta herramienta de la retórica. Pero eso forma parte de la visión personal, y por tanto no encajaría en textos o mensajes que aspirasen a la objetividad.

Es cierto que las alternativas a “elefante asesinado” se quedan cortas para reflejar esa acción injusta, violenta, a menudo ilegítima: “Elefante muerto en Zimbabue” englobaría el fallecimiento por causas biológicas; “elefante cazado” puede no implicar la muerte y reflejar una acción legal; “elefante abatido” puede suponer que sólo se le ha derribado…


El Código Penal, como el Diccionario, no recoge el delito de asesinato cuando se trata de animales. Pero las palabras absorben con el tiempo nuevas acepciones que se les añaden de manera natural gracias a los cambios sociales y al uso reiterado de los hablantes. Por eso cabe confiar en que dentro de poco el sentir general lleve a que los significados objetivos de la lengua incluyan, en determinadas circunstancias que será preciso definir, la afirmación de que un animal ha sido “asesinado”.

Extracto del artículo de Álex Grijelmo publicado en  El País