miércoles, 19 de abril de 2017

Juan Ramón Jiménez, el pasajero cabreado

  • Juan Ramón protagonizó una áspera historia de reclamaciones a raíz de un viaje trasatlántico realizado, recién casados, junto a su esposa desde Nueva York a Cádiz



Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez,
el día de su boda en Nueva York
(2-31916)
En los archivos de la Compañía Trasatlántica, la empresa de vapores que cubría el trayecto entre ambas ciudades, se guarda la relación epistolar protagonizada por el poeta a raíz de una reclamación "excesiva", según la empresa, que realizó en 1916 por el deterioro sufrido por su equipaje en el viaje. Hace unos años, el escritor Juan Ignacio Varela Gilabert investigó estos papeles que bajo la apariencia de un intrascendente conflicto entre una poderosa compañía naviera y un pasajero insatisfecho desvelan la particular personalidad del poeta.

A su llegada a Cádiz en el vapor Montevideo, el 21 de junio de 1916, la pareja recién casada es toda felicidad, pero algo molesta al poeta hasta hacerle retrasar el regreso a Madrid y buscar un notario para emprender una reclamación. Las ropas que estaban guardadas en el baúl de viaje han llegado inservibles a causa de una filtración de agua.

El agente en Cádiz de la Compañía Trasatlántica, Carlos Barrie, envía un informe al presidente de la naviera, Claudio López Bru, marqués de Comillas, buen amigo de Raimundo Camprubí, padre de Zenobia. Las frases del representante desvelan el carácter huraño del poeta. "La forma en que se presentó el señor Jiménez fue violenta, dejándose decir que él tenía la culpa por viajar en vapores que no eran de pasaje, sino cargueros y otras frases por el estilo (…) El señor Jiménez me parece que tiene un carácter vidrioso y desagradable". Y añade unas palabras del sobrecargo: "Dice que desde que entró a bordo el señor Jiménez, conoció que era uno de esos pasajeros que tienen que proporcionar disgustos en la travesía".

El sobrecargo de la compañía aseguró que ningún otro equipaje había resultado afectado y que no se habían producido problemas de filtración en el viaje. Y argumentaba que la verdadera causa se debió a que "el señor Jiménez llegó al muelle para embarcar en los momentos en que estaba  lloviendo torrencialmente y su baúl venía en el techo del coche que los conducía".

¿Fue efectivamente así? En el archivo de la naviera está la respuesta airada del poeta ya en Madrid: "Usted sabe bien que los bultos de bodega se entregan, para esos vapores, la víspera de la salida de los barcos. El día en que yo llevé, en automóvil, mis baúles, hacía un sol espléndido. Es cierto que llovió el siguiente, pero mi equipaje no pudo sufrir, por mi culpa de tal aguacero".

La siguiente reacción del autor de Platero y yo fue enviar una nueva reclamación, detallando los gastos ocasionados. "Después de un aprecio minucioso, sacamos un perjuicio de 4.000 pesetas por baúles, trajes de señora y caballero, pieles de señora, sombreros y zapatos de señora (de baile y de vestir) todo lo cual ha quedado inutilizado por el agua salada".

Sin embargo, la indemnización por deterioro o extravío de equipaje en el reglamento de pasajeros de la naviera estaba estipulado en 500 pesetas. En el estudio de Varela Gilabert se comparan precios para calibrar la reclamación y subrayar cómo el poeta exageró la cantidad.: "Tres mil quinientas gana al año un catedrático en plaza procurada por oposición. Un buen traje estaba entre las setenta y las noventa pesetas y un buen abrigo entre las ciento cincuenta".

El marqués de Comillas prefirió renunciar a una batalla con una gran figura de las letras y aprobó el pago. El representante de la naviera accede con pesar: "Nuestro señor presidente, por razones especiales, ha dispuesto que se satisfagan al señor Jiménez las 4.000 pesetas que reclama". Ganó Juan Ramón a la poderosa Compañía Trasatlántica una batalla que desvela su carácter "vidrioso y desagradable".






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