miércoles, 27 de julio de 2016

13 óptimas palabras con la O


La letra O en el alfabeto egipcio tenía la forma de un ojo mirando de frente, en un dibujo que los fenicios simplificaron. Inicia el 1,58% de las palabras del diccionario, siendo la decimoséptima, aunque aparece un 8,68% de las veces en cualquier texto, si no tenemos en cuenta el orden. De hecho, es la tercera letra más frecuente después de la E y la A.




Obliterar. Anular, tachar, borrar. En medicina, obstruir o cerrar un conducto o cavidad.

Oblito. Cuerpo extraño olvidado en el interior de un paciente durante una intervención quirúrgica.

Ocal. Dicho especialmente de algunas frutas, como la pera y la manzana: Muy gustosas y delicadas.

Occiso. Muerto violentamente.

Oclocracia. Gobierno de la muchedumbre o de la plebe.

Ojienjuto. Que tiene dificultad para llorar.

Onicofagia. Costumbre de comerse las uñas.

Opado, da. Presumido (vano, orgulloso). Dicho del lenguaje: Afectado, redundante e hiperbólico.

Ortoepía. Arte de pronunciar correctamente.



15 libros que tu hijo adolescente debe leer (aunque tú desearías que no)




domingo, 24 de julio de 2016

7 palabras nada ñoñas con la Ñ

Ilustración: Luis Demano
Esta letra es muy poco frecuente: en cualquier texto, aparece 0,31 veces de cada 100, solo por encima de la X, a la W y a la K. Comienza aún menos palabras, el 0,09%.

Eso sí, lo compensa con una historia interesante. En la Edad Media ya se representaba el sonido de la ñ con dos enes seguidas. En los monasterios, los monjes dieron con una solución para economizar letras y esfuerzo, poniendo una pequeña línea sobre la n. Esta tilde o virgulilla, explican en Curiosidario, “representaba a una n pequeña y ‘achatada’”. Y añade que “lo mismo sucedió en portugués con «an» y «ã»”.

La ñ fue motivo a principios de los 90 de una riña entre el Gobierno español y la Unión Europea, debido a la exigencia comunitaria para que España no prohibiera importar ordenadores sin esta letra. En 1993, se salvó esta medida gracias al Tratado de Maastricht, “que admite excepciones de carácter cultural”.

En España, desde 2007 se pueden registrar dominios en internet que incluyan una ñ, como por ejemplo españacultura.es, del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.

Y ya, sin más dilación, pasamos a estas palabras que pueden ayudar a ganar alguna partida de Scrabble. Ocho puntos vale. Ocho.

Ñagaza. Añagaza (señuelo para coger aves).

Ñapa. Añadidura, especialmente la que se da como propina o regalo.

Ñaque. Compañía ambulante de teatro que estaba compuesta por dos cómicos. También, conjunto o montón de cosas inútiles y ridículas.

Ñiquiñaque. Persona o cosa muy despreciable.

Ñoño. Dicho de una cosa: Sosa, de poca sustancia. Dicho de una persona: Sumamente apocada y de corto ingenio.



El neoespañol de aeropuerto

Los viajes de estas fechas dan ocasión de toparse con el neoespañol de la navegación aérea. Por ejemplo, “overbooking” (sobreventa, saturación), “slot” (permiso, hueco), “business” (preferente), “low cost” (barato), “finger” (pasarela, manguera), “hub” (nudo), “tomar tierra” (aterrizar), “doméstico” (interior) o “abordar” (embarcar).

Puede que uno de los primeros términos que salgan a su encuentro en el aeropuerto tenga que ver con la facturación de las maletas, que llegarán hasta el avión mediante lo que ahí se llama “handling”. Quien sepa inglés no encontrará problemas en traducirlo ("manejo", "trato"), quien tenga experiencia aeroportuaria deducirá de qué se trata y quien sienta alguna pulsión cultural de aprecio a su propia lengua se preguntará si no se podría llamar a eso “maletería”, de perfecta formación pero de escaso uso.

El viajero oirá poco después que tienen preferencia de embarque “los adultos viajando con niños”. Ese gerundio le sonará extraño; porque en su lenguaje habitual habría dicho “los adultos que viajen con niños”; y si habla inglés pensará quizás que alguien expresa con palabras castellanas lo que piensa con sintaxis ajena.

Una vez en el aparato, tal vez lea este aviso colocado ante su asiento: “Abróchese el cinturón mientras esté sentado”. Algo imposible de cumplir, claro. El adverbio de tiempo “mientras” implica duración, por tanto, la literalidad del aviso significa que debemos abrocharnos el cinturón continuamente durante todo el rato en que estemos sentados, algo insoportable en un vuelo de ocho horas. Así pues, a la idea de duración le convendría un verbo también durativo: “Mantengan abrochados sus cinturones mientras estén sentados”.



viernes, 22 de julio de 2016

La vida en juego



Donde pongo la vida pongo el fuego
de mi pasión volcada y sin salida.
Donde tengo el amor, toco la herida.
Donde pongo la fe, me pongo en juego.

Pongo en juego mi vida, y pierdo, y luego
vuelvo a empezar, sin vida, otra partida.
Perdida la de ayer, la de hoy perdida,
no me doy por vencido, y sigo, y juego

lo que me queda; un resto de esperanza.
Al siempre va, mantengo mi postura.
Si sale nunca, la esperanza es muerte.
Si sale amor, la primavera avanza.


De Sin esperanza, con convencimiento (1961)

Literatura ‘queer’

  • La literatura gay existe como etiqueta de producción, y también como canal de expresión de un universo fantasmático que representa una experiencia de disidencia
  • Utilizar esta categoría es una manera de dar carta de naturaleza a las posibles (plausibles) relaciones entre escritores homosexuales en términos de creatividad


Alberto Mira
Alberto Mira
El escritor Gore Vidal siempre cuestionó que el deseo homosexual fuera una posición que marcase la creatividad y por lo tanto rechazó con sarcasmo la etiqueta “literatura gay”. […] Vidal no está solo en su rechazo hacia la idea de que exista una literatura gay (y “existir” es un término más problemático que “literatura” o “gay”): en nuestro país escritores que no tienen problemas de armario como Luisgé Martín, Álvaro Pombo o José Luis Collado han justificado una distancia similar frente al término. A menudo esta corriente justifica su posición mediante dos lemas: “no me gustan las etiquetas” (preferido por escritores homosexuales) o el legendario “la literatura no es gay ni heterosexual, es sólo buena o mala” (favorecido por críticos heterosexuales).

Pero también existe gente como Edmund White, Tom Spanbauer, Luis Antonio de Villena o Eduardo Mendicutti, que no ven problema alguno en etiquetar y, aunque sus propuestas sean distintas, explicar los términos en que se propone la etiqueta: escritores gais, sugieren, perciben el mundo de una manera que no puede sino colorear la literatura que producen. Etiquetar no es proponer esencias, es llamar a las cosas del mundo; hay que perder el miedo a las etiquetas, devolverles un carácter precario y abierto; las cosas pueden tener más de un nombre y ningún nombre agota lo que la cosa es. Aunque sus libros no sean solo gais (ningún libro es “solo” nada), son, inevitablemente, literatura gay. Algún otro caso como Jeanette Winterson se inició promocionando su lado “gay” para, cuando obtuvo éxito comercial, intentar una calculada distancia. Y es cierto que las grandes editoriales prefieren esquivar la etiqueta porque está en su lógica llegar “a todos” y saben que lo gay puede alienar a parte del público, mientras que las editoriales especializadas la abrazan. Al final parece ser que de lo único que hablamos aquí es de posicionamiento en el mercado y de estrategias de venta. No es el único modo en que se puede hablar de literatura.

[…] La literatura gay existe sin duda como etiqueta de producción y de consumo, y también existe como canal de expresión de un universo fantasmático que no es heterosexual, que representa una experiencia de disidencia y que, además, mira la heterosexualidad desde fuera. […]

El binarismo homo/hetero es central en el imaginario cultural. Dada la importancia de los modelos heterosexuales en la construcción de nuestros fantasmas, apostar por fantasías o modos de desear alternativos no es cosa baladí. No hablamos simplemente de temática, es también cuestión de mirada, del lugar desde el que se escribe, de la comunicación con un lector que, idealmente, no tiene por qué ser homosexual. Esto no implica que la literatura homosexual sea necesariamente una etiqueta rígida. En El público, de Federico García Lorca, hay una obra homosexual dentro de una obra de vanguardia que asimila la óptica surrealista (o viceversa: a veces las prioridades del crítico no son las del autor). Que se acepte que “vanguardia” o “surrealismo” son etiquetas útiles para el estudio de la obra pero que se evite situarla en estructuras emocionales homosexuales de los años treinta sólo puede ser resultado de prejuicios. 

www.trentqueercollective.com
Por otra parte, un significante en una novela puede tener más de un sentido. Las protagonistas femeninas de ciertas obras de Álvaro Pombo no están ahí necesariamente porque Pombo sea homosexual, pero dada la prominencia de las identificaciones con modelos femeninos por parte de autores de la tradición homosexual, resulta fructífero leerlas en esos términos y probablemente hay algo que une la experiencia del escritor con su decisión de crear esos personajes y articular sus voces. Aunque sólo el análisis puede proporcionar respuestas, no es lícito descartar la hipótesis de que la decisión de Pombo pueda relacionarse, en cierto modo, con decisiones similares de Tennessee Williams, Todd Haynes, Pedro Almodóvar, Reiner Werner Fassbinder (su Petra Von Kant, Maria Braun o Veronika Voss) o Truman Capote. O nuestro Ángel Vázquez, autor de La vida perra de Juanita Narboni, una gran novela sobre una mujer locuaz al borde de un ataque de nervios. Hablar de “literatura gay” es una manera de dar carta de naturaleza a las posibles (plausibles) relaciones entre Pombo y Vázquez en términos de creatividad, es establecer cierta conexión entre ellos a partir de fuentes de inspiración.

Es verdad que más allá de cuestiones esencialistas, las dificultades para aceptar la etiqueta están implícitas en el propio término “gay”: politizado, reduccionista, que no recoge (ni lo pretende) toda la experiencia más allá de los (también reduccionistas) patrones de la heterosexualidad oficial. Para muchos hoy en día “gay” es sinónimo absoluto de “homosexual”, pero la historia es algo más compleja.  […]. Así, Edmund White, Larry Kramer, Andrew Holleran, Luis Antonio de Villena o Mendicutti serían claramente escritores gays mientras que la etiqueta es mucho más problemática cuando se aplica a Lorca, Patricia Highsmith, Oscar Wilde o Jean Genet, dado que adquiere prominencia en determinadas circunstancias y a partir de cierto momento.

En este sentido las acusaciones de reduccionismo están plenamente justificadas. Pero, ¿y si, al menos provisionalmente, llamamos las cosas de otro modo?. […] ¿Y si proponemos un término que permita incluir sin reparos a Highsmith, Lorca, Cernuda, James, Proust, Gide, Genet, Winterson, Pombo, Juan Goytisolo o Vidal al tiempo que White, Mendicutti, Terenci Moix o Kramer? El caso es que ese término existe. Desde los años noventa del siglo pasado, las limitaciones de “gay” apuntadas se superan a través del concepto “queer”, que introduce Teresa de Lauretis como intento de identificar (etiquetar al fin) modos no heterosexuales de identidad y deseo. Se refiere a identidades que no se ciñen al modelo heteronormativo mayoritario, que no acaban de encajar en las fantasías sobre sexualidad que se promueven por defecto.

[…] La literatura de la experiencia queer no tiene por qué tener contenidos explícitamente queer. La poesía de Vicente Aleixandre necesitaría atención desde esta perspectiva utilizando marcos que visibilicen (en lugar de ocultar) el significado de su excentricidad, y estudios sobre Hart Crane muestran atisbos de una experiencia queer recodificada hasta resultar casi invisible. Otras veces, se ha manifestado como lucha o como trauma, pero también como triunfo: para muchos identificarse con “eso”, con lo abyecto, fue, hasta antes de ayer, una verdadera revolución vital, que ha dado lugar a una voz determinada, con una especificidad literaria que se manifiesta en corrientes sentimentales o estéticas. Conceptos como traición o abyección en la obra de Jean Genet son incomprensibles si no se tiene en cuenta esta lucha, y el análisis de la lucha de Gore Vidal por encontrar un final adecuado para La ciudad y el pilar de sal no se entiende si no entramos a fondo en las dinámicas sobre representación de lo queer en la América de los años cuarenta.

[…]
Todo escritor consciente de su evolución y de sus sinapsis con la cultura dominante (que incluye configuraciones de la sexualidad y el deseo) tendrá que negociar sus tensiones, su yo frente a lo otro. Y la negociación llevará, a menudo, a las mismas cuestiones, que acaban siendo lugares comunes de esa experiencia queer (y me centro aquí en la experiencia masculina): teatralización, matrocentrismo, identificación con posiciones femeninas (especialmente la diva o la “mujer fuerte”), esnobismo, ironía camp, parodia, énfasis en el estilo, transgresión […].


Podemos reconsiderar cómo llamamos las plasmaciones de esta excentricidad, y queda dicho que llamarlo “literatura gay” puede no ser lo más oportuno. Pero resulta innegable que creamos desde una posición, que esa posición está marcada, entre otras cosas por el género, que nuestra experiencia dentro del entramado de género en una cultura es parte central de nuestras vidas y que, por supuesto da lugar a temas y estilos en la práctica artística que son compatibles con otras corrientes. Por volver a lo dicho, si se puede hablar de “literatura surrealista”, al fin y al cabo un movimiento generado a partir de un cambio de perspectiva hacia las implicaciones de la realidad, ciertamente podemos llamar “literatura homosexual/gay/queer” a los textos que reconocen ciertas corrientes culturales y emocionales que divergen de mitologías y promesas de la visión ortodoxa basada en la heterosexualidad.

Extracto del artículo de Alberto Mira. El texto íntegro en InfoLibre

viernes, 15 de julio de 2016

15 notables palabras con la N


Ilustración: Luis Demano

La letra N proviene de la letra semítica nûn, que representaba la imagen de una serpiente, al igual que en los jeroglíficos egipcios. Está al inicio del 1,46% de las palabras del diccionario, siendo la decimoctava en el ranking. Eso sí, en el total de un texto, su frecuencia es mayor: un 6,71%, siendo la sexta letra más usada en español. Más incluso que la M.




Narina. Cada uno de los orificios nasales externos.

Nefando. Indigno, torpe, de que no se puede hablar sin repugnancia u horror.

Nefario. Sumamente malvado, impío e indigno del trato humano.

Nefelibata. Dicho de una persona: Soñadora, que no se apercibe de la realidad.

Nefología. Estudio de la evolución y movimiento de las nubes.

Nemoroso. Perteneciente o relativo al bosque. También, cubierto de bosques.

Nictálope. Dicho de una persona o especialmente de un animal: Que ve mejor de noche que de día. Y, también, casi lo contrario: Dicho especialmente de una persona: Que tiene dificultad para ver de noche o con luz escasa.

Noctívago. Noctámbulo.

Niquiscocio. Negocio de poca importancia. Cosa despreciable que se trae frecuentemente entre manos.

Nonada. Cosa de insignificante valor. Nada.


Numen. Deidad dotada de un poder misterioso y fascinador. Cada uno de los dioses de la mitología clásica. Musa (inspiración del artista).

Más en El País

Excursiones al pasado

  • Ya se trate de romanos en China o de samuráis en Sevilla, todo cabe en una novela histórica


Carlos García Gual
Tal vez el verano sea un buen momento para leer novelas históricas. Las vacaciones animan a hacer excursiones a otros tiempos y, a falta de otra máquina más eficaz para los viajes a otras épocas, uno puede recurrir a lecturas de intriga para periplos imaginarios a escenarios de vivaz colorido y atractivos personajes. El escenario, que aquí no es sólo un decorado más o menos extraño, sino la evocación animada de otro marco histórico, resulta casi tan importante como la trama misma, aunque sea ésta lo que determina que la novela atrape o no al lector. Los aficionados a este género tienen algunas novelas recientes que invitan a reencontrase con temas y figuras de un pasado reconstruido en tramas de extraordinario dramatismo muy distintas entre sí.


El cruce entre la novela histórica y la de aventuras (otras veces la policiaca) suele dar excelentes relatos. El samurái de Sevilla, de John J. Healey, es un claro ejemplo. En 1614, a Sevilla llega una embajada de nobles japoneses, en un temprano intento por poner en contacto las dos culturas lejanas e impulsar la difusión de la fe católica y el comercio en el Extremo Oriente. En ella está el samurái Shiro, protagonista de lances de espada y amores ardientes en la sociedad sevillana y en la corte de Felipe III (el rey tiene un buen papel en el relato). Healey narra muy bien los episodios de una trama que bordea el melodrama romántico. La evocación de esa sociedad tradicional y esa atmósfera de la antigua Sevilla, con sus tipos nobles y sus villanos y sus apasionantes damas, está muy lograda. Tanto el ritmo y el colorido emotivo como la ágil construcción del relato invitan a leerlo con fervor y de un tirón.



Con La legión perdida cierra Santiago Posteguillo la trilogía que ha dedicado a la época imperial de Trajano. Este tercer tomo renueva sus caminos y escenarios inmensos, desde Roma hasta la Mesopotamia del imperio parto y al imperio chino, relata las aventuras viajeras de varios personajes e impone una tensión frenética a sus escenas, tanto de espectaculares batallas como en los trágicos encuentros personales.

También El hijo de César evoca la Roma clásica. Octavio, proclamado “hijo de César”, que heredó el poder y se convirtió en “Augusto”, es el protagonista de esta magnífica trama epistolar. John Williams publicó esta novela con gran éxito en 1972. Es una recreación tersa y admirable animada por las voces de los primeros actores de una época trágica y trascendental: Cicerón, Bruto, Casio, Marco Antonio y algunas figuras femeninas revelan su intimidad por medio de sus cartas, redactadas con gran finura psicológica.

Mientras, José Luis Corral, acreditado maestro del relato histórico, vuelve al espacio y la época que conoce más a fondo: la España de los Reyes Católicos. Los Austrias. El vuelo del águila tiene como protagonista indiscutible a Fernando de Aragón. En una dinámica serie de diálogos, la trama evoca con buen ritmo los vaivenes y conflictos de unos tiempos turbios de honda agitación: la muerte de Felipe el Hermoso, intrigas en torno a la loca reina cautiva, Cisneros, el Gran Capitán, conflictos con Francia y los berberiscos, el fracaso de Fernando de lograr un hijo de su nueva y joven esposa…


Por su parte, El impresor de Venecia, de Javier Azpeitia, nos introduce en la Italia renacentista, donde la joven imprenta va mostrando —desde finales del siglo XV— su poder de difusión cultural. Azpeitia es un buen conocedor de ese ambiente y un narrador de muy ágil estilo, de modo que su recreación de ese ambiente libresco y de esa sociedad    —robo de manuscritos, trucos mercantiles, fervores epicúreos, damas cultas y lances eróticos— resulta enormemente atractiva.

sábado, 9 de julio de 2016

23 magníficas y meritorias palabras con la M

Ilustración: Luis Demano
Ilustración: Luis Demano


La letra M procede de la letra fenicia mem y del jeroglífico egipcio que simbolizaba el agua. Es la sexta letra en número de palabras iniciales: el 6,1%. En cuanto a su frecuencia en cualquier texto, hay 3,15 emes por cada 100 letras, siendo la decimotercera letra más frecuente.






Macarelo. Hombre pendenciero y camorrista.

Machucho, cha. Dicho de una persona: Entrada en años. Dicho de una persona: Juiciosa y experimentada.

Mador. Ligera humedad que cubre la superficie del cuerpo, sin llegar a ser verdadero sudor.

Mainel. Barandilla de una escalera.

Malsín. Cizañero, soplón.

Mamacallos. Hombre tonto y pusilánime.

Mandria. Apocado, inútil y de escaso o ningún valor.

Mareta. Movimiento de las olas del mar cuando empiezan a levantarse con el viento o a sosegarse después de la borrasca. Rumor de muchedumbre que empieza a agitarse, o bien a sosegarse después de agitación violenta. Alteración del ánimo antes de agitarse violentamente, o cuando ya se va calmando.

Maula. Dicho de una persona: Tramposa o mala pagadora. Dicho de una persona: Perezosa, inepta, que no cumple con sus ocupaciones o no vale para ellas.

Metemuertos. En el teatro, hombre encargado de retirar los muebles en los cambios escénicos. También, entremetido, servidor oficioso e impertinente.

Misoneísmo. Aversión a lo nuevo.

Morigerado, da. Bien criado, de buenas costumbres.

Mogrollo. Gorrón (que vive a costa ajena). Sujeto tosco y que no tiene cortesía.

Mojinete. Golpe suave dado en la cara a los niños para acariciarlos.

Más en El País


A ver quién traduce esto (2): 14 expresiones que solo entendemos los españoles


Elena Horrillo
¿Por qué en casi todas las frases hechas en español referirse a la izquierda es algo negativo salvo en la expresión “tener mano izquierda”? Esa lógica pregunta se hacía una de las alumnas francesas de Alberto Buitrago, autor del libro Diccionario de dichos y frases hechas y profesor de español para extranjeros en la Universidad de Salamanca. Se le escapaba la excepción de esta locución que nace del toreo, donde el diestro toma el capote con la zurda.

resultado de la imagen de Diccionario de los dichos y frases Hechas“En el fondo este tipo de expresiones son las que distinguen a un buen hablante de una lengua, el hecho de que sepas utilizarlas y sobre todo que seas capaz de encajarlas en el contexto adecuado”, asegura Buitrago que, además de recogerlas en su libro, las enseña en sus clases por considerarlas fundamentales. Para hacerlo, es imprescindible ponerlas “siempre en contexto y muchas veces jugando con el sentido literal”. Las confusiones, cuenta, son muy habituales; no es lo mismo estar hecho polvo que echar un polvo, y es que encajar estas frases correctamente es un verdadero reto que hay que tomarse con paciencia y humor.

A buenas horas, mangas verdes
Es una de las expresiones más oídas por los impuntuales, vistan del color que vistan. Se utiliza para decirle a alguien, no solo que llega tarde, sino que lo hace completamente a destiempo, cuando la película ya ha empezado, el bar ha cerrado o cualquiera que sea el propósito de la cita ya no tiene ningún sentido. Para averiguar su origen hay que remontarse a tiempos de los Reyes Católicos y conocer a los cuadrilleros de la Santa Hermandad, considerados uno de los primeros cuerpos policiales organizados de Europa. Su uniforme se componía de un chaleco de piel y una camisa verde por lo que se les conocía como mangas verdes y su fuerte no era precisamente llegar y pillar a los delincuentes in fraganti.

Cada palo que aguante su vela
Según la definición de un Diccionario Marítimo Español de 1861, este modismo se refiere a “que cada uno desempeñe su encargo, por grave que sea, sin querer echarlo a hombros ajenos”. En lenguaje marítimo, señalaba que los distintos palos que hay en una embarcación deben sujetar sus correspondientes tipos de vela y no otros.

De higos a brevas
Esta expresión es la forma frutícola y un poco enrevesada de decir de tarde en tarde, apuntando al tiempo que pasa entre que una higuera dé brevas -finales de junio- y que ofrezca higos -finales de agosto-. Porque sí, ambos frutos salen del mismo árbol solo que en diferentes cosechas; la breva son higos que no llegaron a madurar la temporada anterior y se mantuvieron aguardando los primeros calores del año.

Ir de punta en blanco
 Nada tiene que ver con bodas, bautizos o comuniones y la blancura exigida en las vestimentas de los protagonistas sino más bien con el porqué llamamos a un cuchillo arma blanca. El Diccionario de refranes de Gonzalo Correas recogía ya en 1627 que cuando los caballeros acudían a la batalla llevaban sus armas de punta en blanco, que se diferenciaban de las de entrenamiento por la punta afilada y porque el acero pulido brillaba al sol con destellos blancos. El modismo se fue adaptando a la forma actual, que no requiere arma alguna -por el bien de las bodas, bautizos y comuniones- sino más bien de una correcta etiqueta.